Tocarte por accidente era algo insignificante, pero si de casualidad presionabas tu mano sobre la suya, surgía un remolino feroz en su vientre.
Percibirte, aunque fuera a lo lejos, lograba erizarle los vellos de la piel: todos sus sentidos se dirigían hacia ti.
Ya no queda ni un pequeño movimiento.
En silencio. Siempre guardaba su corazón en silencio, aunque los gestos, las sonrisas y los ojos gritaran.
Tú pediste la distancia de su alma y alejaste su cuerpo del tuyo. A pesar del dolor que le provocó el rechazo, siguió Amor viviendo por sus venas.
Procuró acostumbrarse a la idea y fingir la verdad. Procuró respetarte sin importar las miles de rupturas que ocurrían en su interior cada vez que te veía.
Fuiste la mano tierna que se daba por completo por segundos, acariciando suavemente sus sueños de papel, pero también te volviste aire cada vez que ella deseaba aprisionarte contra su pecho.
Ella vio la historia. Supo sin necesidad de vivirlo todo lo que ocurriría después: la incertidumbre, el miedo y la soledad. Vislumbró a Amor enfermo y violento, destrozando la cordura que quedaba.
El desinterés duele, pero también salva. Al dar media vuelta, tú terminaste de desmoronar su alma derruida. Al dar media vuelta, tú impediste que ese cuerpo se curara de la mano de Amor y que luego Locura le cortara el cuello.
Ya no queda ni un pequeño movimiento.
No toques ahora ese corazón. Quédate quieto, lejos y en paz, distante en tus costumbres y tranquilo en tu actuar.
No toques ese corazón. No acerques tu mano a la suya, no rías colgado de su risa, no reflejes tus anhelos secretos en sus ojos.
No corras por el páramo desierto como riachuelo que nunca volverá.
No toques ese corazón.
Una mujer con sombrero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario