jueves, 7 de enero de 2021

Los que caerán

 

Hay cierto tipo de personas que viven siempre rodeando el precipicio. Algunas veces se alejan con pasos certeros y pareciera que por fin dejarán de caminar al borde. Es una mentira. Aunque el camino parece adentrarse en la tierra, siempre habrá un momento de confusión, un requiebro de consciencia que los lleve, sin darse cuenta, a la frontera. En un momento se encuentran a salvo y, al siguiente, las piedras se resquebrajan y comienzan a caer al abismo, con golpes que producen ecos que se pierden en la negrura más terrible.

Hay personas que inevitablemente llevan una ponzoña dentro, que crece como una sombra cuando miran al sol, en los momentos en que se creen más llenos de dicha y calma. Sin embargo, cuando cae la noche y existe la oportunidad, nacen monstruos repugnantes que engullen los sueños que encuentran a su paso.

Hay gente así, que vive al borde. Parece que están a punto de salvarse pero jamás ocurre en realidad. Son la estúpida metáfora del fracaso, la representación de la cobardía, la enfermedad, la violencia y la muerte. No importa cuánto doblen sus pies al caminar, cuánto tiren de su frente para alejarse, cuánto se arrastren por la tierra sangrando sus manos. No importa cuánto intenten. Eventualmente, caerán.

miércoles, 28 de octubre de 2020

Piedad

Tocarte por accidente era algo insignificante, pero si de casualidad presionabas tu mano sobre la suya, surgía un remolino feroz en su vientre.

   Percibirte, aunque fuera a lo lejos, lograba erizarle los vellos de la piel: todos sus sentidos se dirigían hacia ti.

sábado, 9 de septiembre de 2017

Septiembre

Septiembre solía ser de mis meses favoritos. Venía con todo el ruido de la festividad, me envolvía en luces de colores, canciones, conciertos con mi padre y juegos con mis hermanas. Cuando era niña me llevaban a la feria que se hace todos los años en mi colonia. Me encantaba gritar hasta morir mientras rebotaba con ellas de un lado a otro en las máquinas ruidosas. Compraba cada año un algodón de azúcar gigante, y después descansaba en las brumas de dulce  durante horas.
            Cada año ha sido diferente. En alguno fuimos los cinco. En otros, fui el tercero incómodo con mi hermana y su novio de la facultad. En otro convencí a mi hermana mayor para que me llevara. En otro mi otra hermana me convenció de subirme a la serpiente, y tosí tanto que la gente pensó que les iba a vomitar encima.
            El año pasado fui con mis papás. Mis hermanas ya no viven conmigo. Han hecho sus vidas, y eso está bien. El año pasado también vino él. Fuimos los cuatro, comimos tacos y yo canté todas las rancheras que estaba cantando el mariachi en el escenario en ese momento. Me sentía feliz, aunque las cosas fueran diferentes. Me subí a los juegos, y reí. Reí mucho.
            Este año fui sola. Fui porque sé que me recuerda momentos de felicidad con las personas que más he amado. Fui porque quería vernos reflejados en los ojos de otras personas, en otras familias. Quería verme a mí misma riendo de niña, y gritando como loca en los juegos ruidosos.
            Pero no me vi.
Vi a la gente reír, como yo reí; a la gente gritar, como yo grité. Vi a las parejas tomarse de las manos, comer juntas, cargar a sus hijos y repartirse toda la comida que acababan de comprar.
            No me vi. Porque ya nada existe. Me quedé estancada en un momento en el tiempo en el que no puedo retroceder, pero tampoco avanzar porque delante de mí hay un precipicio. Cualquier decisión que tome será juzgada por el resto de ojos. Sin importar hacia dónde dirija mis pasos, caeré.
Tengo las manos vacías. Las llené con ponche y gelatina. Pero no pude comer. Ojalá hubiera llovido, para que al menos, por un minuto, mis manos se llenaran de agua.

            Estoy sola.